¿A
quién no le gusta significarse, ser el primero de la promoción, el más apuesto,
el más valiente, el más respetado, el más aplaudido? Todos estos privilegios
son precarios en el tiempo, mientras no salga otro mejor o hasta que las
circunstancias le den la espalda. Si queremos ser los primeros debería ser en
algo sólido y que valiera la pena, porque, probar la gloria para caer luego en
el vituperio, debe ser una experiencia decepcionante y lacerante.
Ser el primero en haber alcanzado
una personalidad positiva, inmaculada y útil, sería una gran manera de ser el
primero. Este es un objetivo posible, pero cada juego tiene sus reglas. La que
nos ha sido dada por Jesús es una regla directa y, sin lugar a dudas, eficaz.
Dice así: << Si alguien quiere ser el primero, debe ser el último y el
servidor de todos >> (Mc 8,34). Según esta regla, lo primero es ser el
último, que quiere decir olvidarse de sí mismo y de las propias comodidades y
manías, dejar de obsesionarse por la defensa de sus derechos y abandonar el
criterio de evaluar la vida según pérdidas y ganancias: significa asumir que
uno no es importante. Por el contrario, lo importante verdaderamente es el
Otro, y con él, los demás. Y hablando de vida, deberíamos asumir que no es ella
para nosotros, sino nosotros para la vida. La vida es un fenómeno cósmico
-mejor, divino- del que participamos gratuitamente y nos debemos a ella: somos
sus servidores.
Ahora entendemos mejor que nos
quiere decir Jesús con lo de << ser servidores de todos >> para
llegar a ser los primeros: tenemos que estar al servicio de todo vida
-privilegiando evidentemente la vida de nuestros semejantes- de manera tal que
estemos despiertos para darnos cuenta de cuando la vida está en peligro o de
cuando su dignidad es despreciada. Ahora, más que nunca, es urgente hacer
nuestra esta consideración, cuando la que llamamos cultura de la muerte invade
toda el área social y se atribuye la potestad de aniquilarla, tanto en su
inicio como en su término natural. Cuando, en el tramo donde, en general, no se
atreve a suprimirla, sí que priva de la
más elemental dignidad, mediante la pobreza y el desprecio, la vida de un
inmenso colectivo de ciudadanos.
Nuestro servicio a la vida no se
puede contentar con buenos sentimientos y dulces palabras, sino que, en uso de
la libertad y poniendo en marcha nuestra fuerza y nuestras posibilidades, nos
dedicamos a salvar la vida o restituirle la dignidad y su indispensable
calidad. Entonces somos de verdad los primeros. O, sino, acuérdate de la madre
Teresa de Calcuta. ¿No es, quizás ella eminentemente de los primeros en la
asignación de los puestos en el Reino?
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