Todo cuanto nosotros conocemos se encuentra enmarcado en
el espacio y en el tiempo. Todo está ubicado en algún lugar concreto y situado
en algún momento de lo que llamamos Historia. No importa que el lugar sea
microscópico como inmenso, o que el momento se sitúe ahora mismo o bien a miles
de millones de años vista. Por tanto, la dimensión del cosmos conocido, y de
nosotros mismos, está cerrada en la realidad espacio - tiempo. No tenemos
experiencia ni conocimiento de ninguna otra dimensión, de otra manera de ser.
Los
cosmólogos, sin embargo, se mueven ahora mismo en una hipótesis desconcertante.
Según ella, habría multitud de universos paralelos, encuadrados en dimensiones
diversas -incalculables- desconocidas absolutamente, que se escapan a la capacidad
actual de la mente humana. ¿Se aclarará alguna vez el alcance de este misterio
cósmico? ¿Descubriremos quizás algún universo que no esté ligado a la dimensión
espacio - tiempo?
La
Biblia, con su sabiduría multisecular, inspirada por Aquel que es la causa
original y final de todo, nos informa de un universo diferente del nuestro. Un
universo fuera del tiempo y del espacio, un universo espiritual, un universo
constituido por seres inteligentes, "seres - pensamiento", que no
tienen nada que ver ni con el espacio, ni con el tiempo. Por la Biblia tenemos
noticia de miríadas de seres - espíritus, llamados genéricamente ángeles, y
distribuidos en jerarquías como arcángeles, querubines, serafines, tronos,
dominaciones y potestades. Y la Deidad, la cual es el Bien, la Belleza, la
Verdad y el Poder absolutos, y la causa primera y última de todo lo que existe
.. De ese universo no hemos de buscar el comienzo ni el fin, porque cualquier
cosa que permanezca fuera del tiempo y del espacio ni empieza ni termina ni
ocupa lugar; simplemente, es. Tan incorrecto es decir que Dios está en todas
partes, como afirmar que no está en ninguna parte. Él no está; él es.
Es bueno que aprendamos a pensar en Dios como el Espíritu
puro del todo, en el sentido de que es sólo espíritu sin mezcla de ningún otro
elemento y, por tanto, inasequible al conocimiento por parte de nuestros
sentidos corporales, así como por parte de las facultades intelectuales humanas. Dios es pura existencia
personal, más allá del espacio y fuera del tiempo, que trasciende infinitamente
toda criatura y todo otro hipotético ser que no sea él. De Dios, la mente
humana puede llegar a adivinar su existencia, pero nunca podrá averiguar ni el
mínimo de su naturaleza íntima. Sólo la revelación de sí mismo puede entreabrir
una rendija al misterio profundo de su ser y de su providencia.
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