Los rayos del sol
no son el sol. Son efluvios, sin embargo, de la naturaleza solar que, aunque
diferentes del sol, llevan los efectos de su naturaleza a todos los objetos y a
los seres que los reciben adecuadamente. El sol, con sus rayos ilumina, calienta y fecunda todo lo que abarca
con la fuerza suficiente. Cada objeto o cada ser resulta beneficiado de acuerdo
con su naturaleza y en proporción con su situación respecto del astro rey, en
el momento oportuno: cuando el sol pasa por la respectiva región. Los seres
vivos, como los árboles, buscan con fuerza exponerse a los rayos del sol creciendo
hasta la altura suficiente, donde nada les moleste. Los seres inteligentes construyen
sus hogares orientados al sol con el fin de obtener sus beneficios; y los que
no lo pueden hacer, buscan un refugio, para beneficiarse de los efluvios
solares. Lo que acabamos de decir es simbólico (Teología simbólica).
Adecuadamente considerado, nos transporta a captar el misterio de lo que pasa
entre la acción de Dios en nosotros y la recepción del misterio por nuestra
parte. El Pseudo Dionisio afirma: "El símbolo opera misteriosamente sin
que se pueda demostrar y pone las almas fervientes a la presencia de
Dios".
La presencia de Dios y su actuación
en todas las criaturas es permanente. Ni aquella presencia ni su actividad son
Dios, pero su impacto sobre cada criatura, cada una según la propia naturaleza,
circunstancias puntuales y disposición receptiva, le causa una aproximación a
la naturaleza divina, para hacerla semejante a ella, y de alguna manera,
endiosarnos. Es lo que llamamos gracia. Todo avance del hombre hacia su
realización personal y el desempeño de su destino eterno es obra de la gracia:
la presencia activa de Dios en el ámbito de la libertad personal humana.
Todos los maestros espirituales
admiten que en el camino de retorno del efecto a la Causa, del ser inteligente
y libre a Dios, se da un triple proceso: a) De purificación, que hace salir de
la multiplicidad de las cosas externas, a fin de concentrarse en sí mismo y levantarse
voluntariamente hacia Dios. b) De iluminación, cuando el alma es iluminada con noticias divinas a través del
discurso racional, y más tarde, por plena intuición intelectual. c) De
perfección o de unión, cuando el alma es atraída por Dios en la contemplación
directa del Bien y la Belleza infinitos en simplicidad y unidad. En todo este
proceso la iniciativa y la fuerza motriz principal vienen de Dios. De parte
nuestra la actitud necesaria es de colaboración, como lo hacen los seres vivos
respecto del sol: reconocer la incalculable potencia de la acción divina y la
necesidad que tenemos, acogerla positivamente con gran humildad, obedecerla con
toda diligencia en todo lo que nos pide, olvidarnos de nosotros mismos y poner
toda nuestra atención y confianza en Dios, que no defrauda a nadie, arrinconar
nuestra pretendida sabiduría y las estratagemas espirituales que hasta ahora
hemos utilizado. Dice Dionisio, el Areopagita: "A todos se manifiesta en
todas las cosas y no hay quien lo conozca en ninguna de ellas (...) pero la
manera más digna de conocerlo (a Dios) se consigue no sabiendo".
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