Para
ir en busca de un tesoro se debe estar motivado. La motivación para una
investigación parte de una insatisfacción. ¿Has conocido algún vividor y
conformista esforzándose por ir a más, para descubrir zonas oscuras de sí mismo
o aspectos desconocidos del mundo y de la vida? Personas de un talante así son
escasas y, con su temperamento calmoso y apático, suelen dejar el mundo y las
cosas tal como las han encontrado. No nos referimos a ellos en esta reflexión.
Me he encontrado con dos tipos de
personas insatisfechas, aferradas a la búsqueda del tesoro. Hecho que me ha
permitido comprender que la persona humana es una mina inagotable, ella misma,
porque las he visto buscando alma adentro. El primer grupo lo forman aquellos a
quienes la naturaleza o la sociedad, o ambas a la vez, han negado los bienes
básicos para una vida digna, de manera persistente y sin esperanza de remedio.
Son los pobres y los marginados, los disminuidos y los enfermos terminales. El
otro colectivo es el de aquellos -! Oh cosa sorprendente!- que, una vez
cubiertas las necesidades básicas, sienten emerger en su interior una
insatisfacción hasta el momento desconocida, que los lleva a hacerse preguntas
y a indagar en su interior las respuestas a la pregunta por el sentido.
Unos y otros presentan las mismas
características: primero de todo es la sensación de carencia total, en unos, y
de insuficiencia amarga para los demás, a pesar de la cobertura de las primeras
necesidades. La experiencia siguiente se presenta como una intuición que
orienta sus esperanzas hacia el centro de ellos mismos: los bienes externos son
vistos como medios de subsistencia física, que nada pueden aportar a la del
"ser" que habita en ellos. Nada pueden aportar a la propia dignidad
de personas humanas. Han llegado a la cámara del tesoro: la vertiente mágica,
que abre el ser entero al mundo espiritual o artístico, según la sensibilidad o
la orientación previa de cada uno.
Lo más profundo de todo es cuando se
abre al encuentro personal con Dios, que habita en el centro mismo del ser
humano. De este maravilloso hallazgo son excluidos evidentemente, por la misma
naturaleza de las cosas, además de los comodones aludidos anteriormente, y con
mucha más razón los ególatras y los adoradores del becerro de oro: los
avariciosos, mezquinos, tacaños y, eminentemente, todos los que acumulan
ingentes riquezas a la espalda o con el sudor de otros. También ellos sufren
insatisfacción, que de nada les sirve, debido a que luchando en contra de ella,
no pueden aprender sus lecciones.
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