Lo esencial de la vida cristiana
consiste -seguro que todos estamos de acuerdo- en el encuentro personal con
Jesús. Quizás al estilo de la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, de Pedro
en el lago de Tiberíades, o de Pablo camino de Damasco. Quién sabe si como
Ignacio de Loyola, como Teresa de Lisieux, o como Teresa de Ávila. En todo
caso, un descubrimiento y un acercamiento personal a Jesús de Nazaret.
Pero ¿con qué Jesús nos encontramos?
Me pregunto si, caso de que Jesús no se hubiera identificado con la bucólica
imagen de pastor, alguien se hubiera atrevido a colgarle esta parábola o ni
siquiera le habría pasado por la cabeza a nadie. ¿No lo habríamos considerado
como una devaluación de la persona de Jesús y su misión? El pastor, aunque esté
revestido de bondad, y no sea despreciado por nadie, no pasa de ser una persona
sin relevancia.
Nos hubiera parecido mejor llamarle
caudillo o maestro, rey o líder, juez o consejero. Una parábola con alguno de
estos títulos, nos habría parecido más adecuada y respetuosa. Al fin, son
títulos que se le han atribuido más tarde, algunos de ellos con raíces bíblicas
y otros, fruto del respeto y la piedad.
Sin embargo, como que Jesús quería
inspirar confianza y evitar que le tuviéramos miedo, nos dijo: << Yo soy
el buen pastor (...) Como el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo
reconozco mis ovejas y ellas me reconocen a mí, y doy la vida por ellas>>.
Después de esta confidencia amorosa, casi sentimental, ¿quién es capaz de
pensar con miedo, recelo, duda o sospecha, en la figura de Jesús?
Y él sabía muy bien lo que decía: el
primer paso es confiarse a alguien que nos atrae, que vemos claramente que está
con nosotros y nos protege. La primera cosa necesaria, es sentirse amado. Sin
esta atracción previa, no es necesario que nos hablen de obligaciones, que nos
impongan preceptos, que nos amenacen con castigos o nos quieran atraer con
promesas. La razón básica de la misión de Jesús es llevar a los hombres al amor
del Padre, y su intención primera es atraer a los hombres al conocimiento de
aquel amor gratuito y la respuesta amorosa de los hombres al Padre.
Cuando,
en nuestra misión que llamamos evangelizadora, no somos capaces de ayudar a
producir el encuentro efectivo y confiado entre el hombre y el Padre, en la
persona de Jesús, es un esfuerzo dramáticamente inútil y decepcionante. Quizás
hemos filosofado muy bien, aun es posible que seamos buenos biblistas y
teólogos; con todo, no hemos sabido poner el dedo en la llaga, no hemos sido
capaces de ayudar a dar luz y esperanza y a entregarse al amor.
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario