El rol más importante de la vida
pública de Jesús lo constituye su relación interpersonal positiva. Jesús se
vive a sí mismo en relación. Antes que con nadie, con el Padre, en estado de
oración permanente. En otro nivel, con la gente que se cruzó en su vida. En
este último caso, vivió una relación de comprensión y ayuda sin discriminación.
Sin embargo, con una marcada preferencia por los necesitados a cualquier nivel,
tanto en lo físico como en el moral y espiritual.
Llegado el tiempo de su partida, no
queriendo abandonar a los suyos- << estaré con vosotros siempre, hasta el
fin del mundo >> - les presentó su designio de presencia sacramental (Jn
6), que hizo realidad a la hora de la cena de despedida. Como su presencia pospascual
sería imperceptible a la condición terrenal humana, se hacía necesario
establecer un signo visible y tangible de su presencia; al menos, en momentos
determinados que, por su misteriosa intensidad, nos darían la garantía
suficiente de su presencia sin interrupción. El pan y el vino de la Eucaristía
se convierten así en el signo de la presencia real y redentora de Jesús y de su
comunión con nosotros, al tiempo que nos mueven a tomar, por nuestra parte, una
actitud de comunión con él y con los hermanos.
Comunión significa llevar la
comunicación -en este caso con Jesús- a su más alto nivel, sin restricciones ni
condiciones. Cabe decir: así como Jesús nos toma a nosotros y todo lo nuestro
como cosa suya, y se nos da él mismo con toda su infinita riqueza, de igual
manera, si queremos realmente que haya comunión, debemos dar plenamente a él
con todo lo nuestro, para que llegamos a ser del todo suyos.
La auténtica comunión nos debe mover
a la conversión constante, en el sentido de cambiar nuestra manera demasiado
terrenal de pensar, sentir, amar, privilegiar valores, adoptar actitudes y
elegir el estilo de vida; para que todo nuestro mundo interior y aun nuestro
talante habitual, se parezcan lo más posible, a los de Jesús.
Para que haya comunión no basta
comer el pan materialmente. Esto ya lo habían hecho nuestros padres en el
desierto, y murieron. Pero, si tomamos la Eucaristía comulgando de verdad
interiormente con Jesús, viviremos para siempre, porque ese proceso transforma
completamente nuestra vida: la deifica, cristificándola << Los que coman este pan vivirá para
siempre >>. (Jn 6, 58)
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