En cualquier
modelo de oración que usemos, los objetivos básicos que nos proponemos son: la
acogida, la presencia, la mutua relación, la unión de amor y la donación
personal. Por lo tanto:
a) Acogida. La savia de vida que viene de la
Fuente circula indefectiblemente por toda la creación. En todo momento y
circunstancia, podemos tener sed de Dios y acoger con deseo su manantial de
vida para abrevarnos espiritualmente. Y esto es oración.
b) Presencia. Dios siempre nos está presente. Cuando hablamos de ponernos en presencia de Dios, queremos decir: tomar conciencia de que ya estamos en ella. Nosotros, sin embargo, nos ausentamos habitualmente y no recibimos su calor. En cualquier momento y circunstancia podemos sintonizar con aquella divina presencia, y eso es oración.
b) Presencia. Dios siempre nos está presente. Cuando hablamos de ponernos en presencia de Dios, queremos decir: tomar conciencia de que ya estamos en ella. Nosotros, sin embargo, nos ausentamos habitualmente y no recibimos su calor. En cualquier momento y circunstancia podemos sintonizar con aquella divina presencia, y eso es oración.
c) Mutua
relación. Dios es comunicativo por naturaleza. Se manifiesta y se da sin
interrupción, directamente a las conciencias y también mediante multiformes
causas segundas. En cualquier momento y circunstancia, podemos guardar silencio
y escuchar su mensaje. Bien directamente por su toque interior, bien leyendo en
el libro de la creación la magnitud insondable de la grandeza de Dios. y esto
es oración.
d) La
unión de amor. Dios es amor. Por eso llegar a Dios no es obra de la inteligencia,
sino del corazón. Lo máximo que puede hacer la
inteligencia respecto del acercamiento a Dios, es someterse por la fe.
El corazón, en cambio, le puede alcanzar directamente. Dios no puede ser
conocido, pero sí amado. Y amar a Dios es oración, la mejor oración. Amar a
Dios puede ser el ejercicio habitual de todo creyente; cuando, de hecho, ocurre
lo contrario en nuestra vida estresante: nos dedicamos a hacer cosas y más
cosas para Dios y no queremos perder tiempo (!) en amarlo. Amar a Dios puede
ser un ejercicio espontáneo en medio de las ocupaciones ordinarias. Puede ser
también una opción específica, como sería dedicar un tiempo en soledad al
silencio activo y receptivo. Un tiempo para amar a Dios tal como él es, por sí
mismo, sin saber muy bien cómo es, porque permanece escondido dentro "la
nube del no saber".
e) La
donación. Cuando el amor es de verdad, se sigue necesariamente la donación de
sí mismo a la persona amada, porque la donación es el fruto del amor. Si
queremos hacer una buena evaluación de nuestra vida de oración, debemos
examinar el estado de nuestra donación al Amado. La verdadera oración lleva al
amor, y el amor a la donación de sí. En la oración la cantidad no cuenta mucho,
puesto que, si la calidad es buena, tiñe toda la vida, haciendo realidad la
recomendación bíblica de orar siempre, sin interrupción.
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