Cuando el razonamiento de alguien -sea quien sea- va en la dirección de un dios adversario o sólo competidor del hombre, no va a la zaga del Dios que es, sino al encuentro de los molinos de viento, los dioses horribles creados por la fantasiosa imaginación del hombre. Os acordáis de Gagarin, el primer hombre del espacio, que no vio a Dios en ninguna parte y sentenció: "No hay Dios, yo no lo he visto en ninguna parte"? Lo que nunca dijo Gagarin es que llevaba la nave llena de prejuicios, que se consideraba un héroe y que no le convenía la presencia de nadie que le pudiera hacer la más pequeña sombra.
Os acordáis de San Francisco de Asís que veía a Dios por todas partes: en las flores, los pájaros, en las fieras como los leones y los lobos? Dos posturas diametralmente opuestas, dos resultados dramáticamente contrarios. Dos estilos de vivir, de mirar, de escuchar, de ser. Dos resultados diferentes como de la noche al día. San Francisco da luz todavía para infinidad de espíritus despiertos y hambrientos de verdad y de bien, y Gagarin, relegado a las páginas de las Enciclopedias como el primer hombre que fue al espacio, ineficaz, en cuanto a despertar simpatías y agradecimientos por su personal aportación a la seguridad espiritual y a la felicidad de ninguno de los humanos.
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