No nos sorprende nada que a Pedro le pareciera descabellado que también Jesús se sometiera al sufrimiento, convencido como estaba de que podía evitarlo perfectamente. Pero Jesús es hombre verdadero y eso lo explica todo. ¿Cómo podía esquivar la cuota correspondiente de penalidad que forma parte inevitable de toda vida humana? Jesús, sin embargo, no magnifica el dolor ni se muestra masoquista en ningún momento. Sí que da a entender que, después de emplear todos los medios para superarlo, se dan circunstancias en que será del todo imposible; y entonces es cuando él y todo hombre tendrá que buscar recursos para asumir positivamente.
De esta sabiduría él es el maestro; por ello invita a todos a seguirlo, negándose a sí mismo y tomando su cruz. Podríamos decir que la abnegación y el sufrimiento ordinarios -más aún los que se dan en situaciones extremas- son la piedra de toque para saber si nuestra vida se encamina a la plenitud o se va perdiendo poco a poco. << Quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará >> (Mc 8,35).
Corremos el riesgo de querer salvar la propia vida economizándola con mezquindad, guardándola para nosotros solos. Así nos ahorraremos esfuerzos que conllevan sufrimiento, y la vida nos durará más, pensamos. De este modo, por el contrario, se consigue el resulta inverso a lo que nos habíamos propuesto, porque la vida guardada celosamente en solitario, se seca y se muere, mientras que si se gasta dándose, se perpetúa y se multiplica. Es este gastarse para la vida, el hecho de darse, lo que produce cansancio y dolor; un dolor positivo y fecundo que germina y florece en nueva vida, tal como lo hizo Jesús, que resucitó al tercer día, y como lo prometió a sus seguidores, diciendo: << Quien la pierda por mí y por el Evangelio -es decir por Dios y por su proyecto de amor- la salvará >>. En la vida de Jesús y en su mensaje encontramos sentido al sufrimiento normal y también a los más graves y absurdos momentos de dolor insuperable que la vida nos pueda presentar: sufrimos y morimos para la resurrección, como lo hizo el mismo Jesús.
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