En el caso hipotético de la "nada
absoluta", no tendría lugar esta pregunta. Por una parte, no habría nada
sobre qué preguntar y, por la otra, no habría quien se interrogara sobre nada.
No es el caso. La existencia del cosmos es un hecho, una realidad de
dimensiones inalcanzables. En nuestra galaxia, por ejemplo, dicen que hay
cientos de millones de soles circundados por miles de millones de planetas y satélites. Pero, esta es sólo una de las
cientos de millones de galaxias, y no de las más grandes. Aunque, hay muchos
científicos que suponen la existencia de multitud de universos paralelos distribuidos en magnitudes diversas; universos
que, paralelos o divergentes, formarían parte de una unidad cósmica casi
infinita ligada a un origen y un destino precisos.
Y
ahora viene la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué el todo en vez de la nada? No hay
nada sin una causa eficiente; de otra manera, de la "nada absoluta"
podría salir algo; cosa que aparece del todo absurda al intelecto humano.
Entonces, una de dos: o bien el cosmos es infinito y eterno, sin causa
eficiente y sin final ni destino futuro en sí mismo, que no admitiría ninguna
pregunta; o bien se ha de explicar por una Causa eficiente -infinita y eterna-
que le ha dado la existencia y la ha dotado de un orden -no exento de cierto
caos- y de su destino final.
Parece
que al intelecto imparcial y sin prejuicios de ningún tipo le debe parecer
inmensamente más probable que el cosmos tenga una Causa eficiente. Claramente:
Alguien, a quien no se pueda preguntar ¿por qué?, dotado de una inteligencia ,
una potestad y una libertad sin límites; que Alguien, preexistente desde
siempre, haya llamado a participar de su existencia, de sus cualidades y de su
vida, a todo aquello que conocemos y a todo lo otro que nuestro conocimiento no
puede abarcar, pero que presentimos como realmente existente.
La
principal razón de decantarnos por la Causa eficiente, es la intencionalidad
que parece aparecer en la creación: todo lo que existe parece haber sido
diseñado y ejecutado poderosa y sabiamente. Como por ejemplo: todas las
generaciones humanas, desde miles y miles de años, han visto las constelaciones
celestes conservando la misma forma y situadas en el mismo lugar. Por más que
están sujetos a movimientos muy y muy rápidos, tanto de rotación como de
traslación, tanto los cuerpos individuales como los sistemas y las mismas
constelaciones, los complejos galácticos y la totalidad del universo, aunque
estén incluidos en una danza cósmica impresionante, siempre han ocupado el
mismo lugar en medio del conjunto. Si los cuerpos celestes no se mantuvieran en
el mismo sitio y no guardaran un orden establecido, se produciría el caos
total.
Si
la tierra, por ejemplo, no guardara la distancia correcta alrededor del sol, se
volvería imposible la vida. Si la luna fuera más grande o más pequeña o no
guardara su distancia respecto de la tierra, ésta se vería afectada gravemente.
Hablando de la tierra, sabemos que ésta se mueve alrededor de su eje imaginario,
dando vueltas como una peonza, a una velocidad de 1.666 km / h, y que su
velocidad alrededor del sol es de 106.200 Km / h, lo que marca un año solar.
Este orden estable por tiempo indefinido, hace pensar en una ley física sabiamente
establecida por una inteligencia
trascendente, la sabiduría divina cósmica de un Dios personal, poderoso también
al infinito.
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