Dios es todopoderoso, pero puede poner límites a su poder; como cuando
entra en juego la libertad de alguno de los personajes que componen la trama de
un acontecimiento divino. Por ejemplo, en el hecho de la Encarnación. Aquí
María de Nazaret es la persona clave. Dios no le va a quitar la libertad que él
mismo le ha dado. Lo que hará es mandar a pedirle su consentimiento por
mediación de Gabriel: <<El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen (…) La virgen se llamaba
María>>. El ángel la saludó y le propuso el plan de Dios:
<<Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre
Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo>>.
El ángel aguardó la respuesta. María, entonces, antes de aceptar, expuso su duda principal: << ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?>>. El ángel le aclara el proyecto divino:<<El Espíritu Santo vendrá sobre ti, (…) por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios>>. Después de la explicación por parte del ángel, María dio su consentimiento: <<Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. Sin aquel explícito consentimiento no habría tenido lugar la Encarnación y, con aquella respuesta, el consentimiento generoso de María se hizo extensivo a su voluntaria colaboración cabe su Hijo, en todo lo que había de suceder, y en el profundo significado del misterio de la Encarnación.
Por su colaboración necesaria y libre con el misterio de la Encarnación, María, llena de gracia, se hace presente como protagonista principal, secundando a Jesús, en la divina y mística epopeya que se inició con el SÍ de María a la propuesta de Dios. En aquel SÍ queda invertido el papel de Eva: <<Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya>>. Con María y por ella empieza a ser posible lo que dice San Pablo a los romanos: “Que Dios (…) os conceda estar de acuerdo entre vosotros según Jesucristo para que (…) alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo>>.
El ángel aguardó la respuesta. María, entonces, antes de aceptar, expuso su duda principal: << ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?>>. El ángel le aclara el proyecto divino:<<El Espíritu Santo vendrá sobre ti, (…) por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios>>. Después de la explicación por parte del ángel, María dio su consentimiento: <<Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. Sin aquel explícito consentimiento no habría tenido lugar la Encarnación y, con aquella respuesta, el consentimiento generoso de María se hizo extensivo a su voluntaria colaboración cabe su Hijo, en todo lo que había de suceder, y en el profundo significado del misterio de la Encarnación.
Por su colaboración necesaria y libre con el misterio de la Encarnación, María, llena de gracia, se hace presente como protagonista principal, secundando a Jesús, en la divina y mística epopeya que se inició con el SÍ de María a la propuesta de Dios. En aquel SÍ queda invertido el papel de Eva: <<Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya>>. Con María y por ella empieza a ser posible lo que dice San Pablo a los romanos: “Que Dios (…) os conceda estar de acuerdo entre vosotros según Jesucristo para que (…) alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo>>.
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