Aquella noche, en Belén, quienes estaban más cerca, recibieron el gran anuncio: << Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor >>. Era la respuesta a la espera constante de muchos siglos. Los pastores << fueron, pues, a continuación, y encontraron a María y José con el niño en el pesebre >>. Su alegría inmensa fue primicia del gozo universal por la llegada del Salvador, porque, en él, << se ha revelado el amor de Dios, que quiere salvar a todos los hombres, (...) para rescatarnos de la esclavitud de las culpas, dejarnos limpios y hacer de nosotros un pueblo purificado, dedicado a hacer el bien >>.
Nuestro mundo espera más bien soluciones humanas a sus males. Confía en el poder, la fuerza, la diplomacia. Espera sólo un bienestar material. Ha perdido la noción de culpa y confunde los remordimientos con depresiones y otras enfermedades psíquicas. No espera ninguna novedad, como sería el nacimiento de un salvador, el soplo de una nueva era, de una visión, donde el espíritu volviera a prevalecer sobre la materia. ¿Tendrá todavía salvación espiritual del hombre del siglo XXI?
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