El ciego de nacimiento, de quien habla el Evangelio, pasó por donde estaba Jesús y después de haber hecho lo que le mandó, << volvió con vista >>. Pero Jesús no había venido a devolver la vista a los ciegos, sino a iluminar el espíritu de los hombres. En el caso que nos ocupa, el ciego recibió la luz del cuerpo y la del espíritu; la primera abrió el camino a la segunda. Le preguntaron: << ¿I tú, qué dices del que te ha abierto los ojos?>>. Él respondió: << Que es un profeta>>. Más tarde se encontró de nuevo con Jesús, que le preguntó: <<¿Crees en el Hijo del hombre?>>. Le dice él: << Creo, Señor>>. Y se postró ante él. Había recobrado la vista corporal y se le había abierto el ojo interior.
Hoy, cuando tanta gente camina a tientas, sin saber el porqué, el qué y el cómo del misterio de la vida, sufriendo desorientación y angustia, como los ciegos, ¿por qué no vamos a Jesús que es la luz del mundo? Nos pasaría lo que dice San Pablo a los efesios: << Ahora que estáis en el Señor, sois luz. Vivid como quienes son luz (...) Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará >>.
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