Propiamente hablando, como que nuestra relación con Jesús es una cuestión de amor entre él y nosotros, nos deberíamos olvidar de nosotros y de nuestro futuro, para estar atentos sólo a su persona y al anuncio de su Buena Nueva. Como lo hacen los buenos amantes: cada uno se olvida de sí, para atender sólo al bien del otro. Esta sería la perfección: nosotros nos ocuparíamos sólo de él, porque él ya se ocupa plenamente de nosotros. La enseñanza de Jesús es clara en este sentido: <<Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias. (...) Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros >>.
Todo se resuelve en la fe y la adhesión a Jesús. Si lo que nos preocupa son las obras, es decir, la práctica cuidadosa del bien que, a menudo, se nos vuelve difícil, recordemos estas palabras de Jesús: << El Padre, que permanece en mí, él mismo haces sus obras>>. Si las obras de Jesús es el Padre quien las hace porque está en él ¿cómo no hará también las nuestras, o por qué no nos hará también a nosotros pasar por la vida haciendo el bien, si estamos en Jesús y en el Padre y ellos están en nosotros? << Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte >>.
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