Nuestras instituciones
judiciales y penitenciarias siempre se proponen, como alternativa óptima, la
rehabilitación de los delincuentes, aunque la consideran como poco probable o
casi imposible, en la mayoría de los casos. De hecho, los resultados vienen a
darles la razón. Pasa como si la iniquidad estigmatizara a la persona culpable
para siempre, y ella quedara atrapada en la órbita del mal que un día
cometió, viviendo así prisionera del
pasado. La justicia humana es incapaz de abrir caminos en el desierto y hacerlo
florecer. La sociedad no termina tampoco de olvidar la culpa del condenado.
Nuestra condición humana apenas nos permite poder llegar a sentir misericordia
y a ofrecer el perdón; a olvidar el pasado delictivo y restablecer la
confianza.
Es Dios solo quien puede y quiere ejercer con magnanimidad el rol de la misericordia, del perdón total y del olvido absoluto de los
delitos pasados. Escuchamos a Isaías: << Yo, yo era quien por mi cuenta
borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados>>. Es él sólo
también quién puede rehabilitar perfectamente y conducir al culpable a una situación
mejor aún, que la de antes. El mismo Isaías dice: << Estoy a punto de
hacer algo nuevo que ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el
yermo, para apagar la sed del pueblo que yo formé>>.
Jesús confirma espléndidamente esta obra de
rehabilitación divina. Cuando le llevan un paralítico, después de levantar la
azotea y ponerlo delante de Jesús, él le dice: << Hijo, tus pecados
quedan perdonados >>. El enfermo buscaba la curación de su cuerpo, pero a
Jesús esto le pareció poco. Era necesario, antes, curar su espíritu porque
quería hacer de él un hombre nuevo, sin defecto ni culpa. Por ello, fue a continuación que le dijo: "Levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa". Se levantó de inmediato, se cargó la
camilla y salió a la vista de todos >>.
Después de todo esto, ¿a dónde buscaremos nosotros nuestra rehabilitación total
y nuestra novedad vital?
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