Hay, en el interior del
hombre, una dimensión misteriosa que, si vamos siguiendo el rastro (necrópolis,
templos imponentes, ritos y mitos, teologías y teorías esotéricas) nos llevan
hasta los orígenes de la humanidad.
Nunca, ninguna generación -hasta ahora- ha tenido
suficiente con la cobertura razonable ni siquiera suntuosa de las necesidades
físicas. De esta dimensión ha surgido la necesidad de expresar artísticamente
algo que sacude al hombre en su intimidad más profunda, lo que lo rebasa tanto,
que es incapaz de expresarlo con el lenguaje convencional.
Además, siempre ha habido alguien, desde las épocas más
remotas hasta hoy, que levanta la voz para despertar a gente dormida o atrofiada;
aquella gente que ha reducido sus esquemas a la productividad y al consumo
hasta perder por el camino su dimensión misteriosa.
El profeta Amós ve la situación de su pueblo que se
degenera progresivamente, y sigue un impulso interior irresistible que le
hace decir: "Tú me dices (a Amasías, sacerdote de Betel) que no profetice
más contra la gente de Israel, (.. .) pero
el Señor me tomó de los rebaños y me dijo: 'Ve a profetizar a mi pueblo de
Israel'.
Más cerca de nosotros, Jesús profetizó, siguiendo su
tierra y anunciando un mundo interior: el Reino de Dios. Pedro le decía:
"Tú tienes palabras de vida eterna". Después, "llamó a los doce
y comenzó a enviarlos de dos en dos. (...) Los doce se van a predicar a la
gente, que se convirtieran”.
La humanidad actual desentierra monumentos, los restaura
y los protege, pero da la impresión de haber perdido el mensaje profundo, de
admirar sólo la capacidad intelectual y artística del hombre antiguo. El
entusiasmo por los monumentos antiguos viene a ser una entronización de la
humanidad, una idolatría de lo humano. Pasa lo mismo con los mensajes escritos,
conservados en las bibliotecas más admirables del mundo.
Perdida la dimensión misteriosa, el hombre actual, lejos
de toda mística, ha quedado reducido al animal pensante. Un animal capaz de
aprovechar el intelecto para explotar al otro sin límites ni escrúpulos, al
objeto de promover hasta el extremo las posibilidades de placer inmediato. La
dimensión misteriosa, con todo, inextinguible en su interior, es el enigma
mortal que pone la gota de hiel en el vaso de todos sus proyectos y placeres.
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