Mi oración, Señor, no es un clamor para que vengáis
desde el cielo a socorrerme. Ya sé, Espíritu creador, que estáis cerca, que
estáis en la puerta y llamáis. ¿Como es que no estáis en mi casa todavía? Quizá
no me había dado cuenta de que estuvierais ahí, con la cabeza blanca por el
rocío de una larga y fría noche de espera.
Quizá no había entendido aún
que había que invitaros a entrar, porque Vos, respetuoso con nuestra libertad,
y un poco tímido, no os atrevéis a entrar nunca donde no habéis sido expresamente invitado. Ahora que
lo entiendo, os invito con corazón humilde y sincero, diciéndoos: Venid,
Espíritu creador, entrad en mi casa y disculpad mi falta de cordura, la
frialdad y la indiferencia incomprensible, que me ha hecho tardar tanto tiempo
para entender que estabais frente a la puerta de mi casa, con el propósito
firme de entrar.
Si Vos entráis, Señor, ya
tengo suficiente. Vuestra presencia me basta, porque con ella me vienen todos
los bienes y son expulsados todos los males. Los hombres de todos los tiempos
han buscado sin cesar caminos propios, métodos pedagógicos complicados,
propuestas ascéticas, y muchas más cosas con el fin de liberarse de todo mal y
poder vivir plenamente en el bien, pero el resultado es, al menos en parte, decepcionante,
si Vos no estáis. Venid, pues, Espíritu Creador a mi casa que, desde ahora, es
también vuestra casa, y haced estancia
en ella.
Vuestra visita, vuestra
presencia en la intimidad de cada uno de nosotros, tiene objetivos bien
concretos. Ya que habéis venido, ejecutadlos, con la profundidad vital que os
es propia, y apartad de nosotros los obstáculos que impiden su ejecución. En
primer lugar, visitad las mentes de todos vuestros hijos. No sé si podréis entrar,
dado el volumen de los conceptos, teorías, residuos culturales, convencimientos
afianzados por horas y horas de lectura, de estudio, de reflexión, de
meditación, de oración (?). Haceos lugar Vos mismo, por favor, borrando lo que
es erróneo, minimizando los absolutos forzados por circunstancias culturales,
ayudándonos a entrar con San Juan de la Cruz en la noche oscura de la fe, con
San Agustín en la docta ignorancia y con Dionisio en la tiniebla luminosa, donde
tiene realmente su morada Aquel que está más allá de todo ser.
Después de esto, oh Santo
Espíritu, visitad nuestras voluntades, llenando de gracia suprema los corazones
que Vos mismo habéis creado, porque, de lo contrario, nuestras voluntades
embelesadas ante los bienes inmediatos, sensibles y contables no os podrán
recibir. Algunos de estos bienes, a pesar de ser positivos, o incluso,
necesarios, son puntuales y efímeros, sin trascendencia definitiva,
insuficientes para dar respuesta a las necesidades profundas de nuestro yo.
Otros, aparentemente atractivos, son vacíos de todo contenido provechoso para
nuestro crecimiento personal o, peor aún, negativos y causa de ensuciamiento
para nuestra conciencia. Visitad, pues, Espíritu divino nuestra mente y nuestra
voluntad para transformarlas de arriba a abajo y hacerlas morada digna de la
Santa Trinidad.
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario