De alguna manera, el pecado nos ha indispuesto con Dios, nos ha alejado del prójimo e incluso, tal vez nos ha enemistado con él. Ahora necesitamos urgentemente reconciliarnos con Dio, con nuestros hermanos, y también con la naturaleza que es creación de Dios, con la que formamos la unidad cósmica que se orienta a la plenitud del Reino. Hoy es tiempo propicio para pedir a Dios que nos quiera agregar a este proyecto de reconciliación universal, que ha de tener lugar en la persona de Cristo. San Pablo pide a los cristianos de Corinto: <<Reconciliaos con Dios. Dios trató como pecador a aquel que no había experimentado pecado, para que en él nosotros pudiéramos ser justos según la justicia de Dios>>. Entonces, Jesucristo es en persona, nuestra reconciliación. Por tanto, adherirnos por la fe y el amor a la persona de Jesús, es entrar plenamente en la reconciliación universal.
El camino de nuestra conversión y de la reconciliación con Dios y con los demás debe ser sincero, íntimo, de corazón, no por motivos interesados o tortuosos. No nos valdría que fuera para sacar de ello algún elogio o algún provecho, para limpiar nuestro nombre o para dar la apariencia de buena gente. La verdadera reconciliación sólo puede tener lugar en la envoltura de la intimidad y de la verdad. Jesús nos advierte sobre esto, cuando dice: <<Cuidad de no hacer el bien delante de la gente para que os vean>>. O también aquel otra dicho: << Tú, cuando ayunes, lávate la cara y ponte perfume para que la gente no sepa que ayunas, sino sólo tu Padre, y él, para quien no hay secretos, te recompensará >>.
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