El miedo aminora la
eficacia de muchas vidas: lo paraliza todo, cierra el camino al crecimiento
personal, apesadumbra la existencia y corta la sonrisa a flor de labios. Miedo
ante las dificultades y ante las limitaciones personales. Miedo de no dar la
talla y de no ser capaz de asumir una responsabilidad seria. Por los demás: los
juicios adversos, del desprecio de alguien, de las críticas. Un miedo que crea
pusilanimidad, baja la estima personal y produce ineficacia. Dice el profeta
Jeremías: << Siento como habla la gente, me veo amenazado por todos
lados>>
<< Jesús dijo a sus apóstoles: " No tengáis
miedo de los hombres. ( ... ) Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no
pueden matar el alma>>. El verdadero valor de nuestra vida y de nosotros
mismos es algo entre Dios y nosotros, no entre nosotros y un semejante nuestro:
<< ¿No se venden dos gorriones
por unos cuartos? Pues, ni uno de ellos cae al suelo si no lo permite vuestro
Padre. ( ... ) No temáis valéis más que muchos pajarillos juntos >>.
¿Nos podríamos imaginar a San Pablo amedrentado? Quizás
su valentía se explica porque ha dejado de vivir para sí mismo: <<Ya no
soy yo quien vive; es Cristo quien vive en
mí>>. El abandono del yo a favor del Otro es el secreto. Lo mío ha
dejado de importarme: lo que piensan, lo que dicen de mí, como me valoran, ya
no me preocupa, porque todo mi interés
se centra en lo que piensan los demás de Dios y de su Mesías; que dicen de él,
como lo valoran. De mí se preocupará él: << Él salva la vida del pobre de
manos de los que le quieren mal >>
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