El pensamiento de Dios,
aunque está atento a cada persona, pues la busca, la ama y la llama a la salvación, es
comunitario: << Si de veras escucháis mi voz, y guardáis mi alianza,
vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es
toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa >>
. El pueblo hebreo, por su parte, tomó conciencia clara de este hecho: <<
Somos su pueblo y ovejas de su rebaño >>. En las citas anteriores quedan
definidos claramente los dos elementos que conforman los puntales y el eje de
toda comunidad: el sentido vivo de comunidad por parte de sus miembros, y el respeto
a la autoridad legítima.
En el Nuevo Testamento Jesús ejerció su autoridad de
manera soberana y se presentó como el pastor, el guía, el camino, la luz, la
puerta. Y se dolió de la falta de autoridad por parte de los dirigentes
espirituales del pueblo elegido: << Al ver Jesús a las gentes, se
compadeció de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que
no tienen pastor>>. En el pueblo de Israel ya había autoridad, pero habían pervertido el uso de
ella. La ejercían no en beneficio de la comunidad, como debería ser, sino más
bien, en provecho propio y al servicio de su orgullo de clase.
<<Y llamando a sus doce discípulos, les dio
autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia>>.
Los constituyó en autoridad sobre el nuevo pueblo, el de sus seguidores, y les
asignó la tarea de convocar << las ovejas perdidas del pueblo de Israel
>>, y de predicar: << Anunciando que el Reino de Dios está cerca
>>. Quedaba así constituida la nueva comunidad (el nuevo pueblo y la
nueva autoridad), que dura hasta nuestros días (la Iglesia presidida por el
Obispo de Roma y sustentada en el episcopado universal). Y la última recomendación a las autoridades del nuevo pueblo: << Lo
que habéis recibido gratis, dadlo gratis>>. Es decir: no os cobréis
ningún beneficio ni busquéis honor alguno>>.
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