La Eucaristía es el
Sacramento de la presencia, el cumplimiento de aquellas palabras de Jesús:
<< Yo estaré con vosotros siempre >>. Los profetas y el salmista ya
tenían conciencia de alguna presencia divina, aunque muy lejana, y que había
que buscar con la oración y el esfuerzo, como aquella bellísima oración del
salmo 62: << Oh Dios, tu eres mi
Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua>>. Por la Encarnación, la
presencia de Dios en el mundo se ha hecho mucho más cercana y, de alguna
manera, visible y tangible en la persona de Jesús: << Quien me ve a mí,
ve al Padre >>.
Llegado el momento de la partida, Jesús se ingenia para dejar un signo visible y también tangible de su presencia permanente entre nosotros, con su cuerpo resucitado, su corazón y su espíritu: << Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. (...) Haced esto en conmemoración mía >>. Nos hacía falta esta Sacramento para que, más allá de la conciencia de los antiguos, tuviéramos una -digamos- cita, un lugar, un momento, para saborear la certeza de su presencia, en cumplimiento de su promesa. Ya sabemos, sin embargo, que además de la presencia eucarística, que es sacramental, y por tanto, de alguna manera asequible a la percepción de los sentidos a través de los signos del pan y del vino, Jesús se hace presente también místicamente a todo el cuerpo de la Iglesia y a cada uno de los fieles bien dispuestos
Pero, la presencia debe ser recíproca y compartida. Cabe decir: nuestro cuerpo, el corazón y el espíritu deben estar también presentes en el encuentro, para no hacer nuestra aquella confesión profunda de San Agustín, cuando dice: << Tú estabas dentro, y yo fuera; y era fuera donde yo te buscaba (...) tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si tú no existieras, no existirían>>.
Llegado el momento de la partida, Jesús se ingenia para dejar un signo visible y también tangible de su presencia permanente entre nosotros, con su cuerpo resucitado, su corazón y su espíritu: << Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. (...) Haced esto en conmemoración mía >>. Nos hacía falta esta Sacramento para que, más allá de la conciencia de los antiguos, tuviéramos una -digamos- cita, un lugar, un momento, para saborear la certeza de su presencia, en cumplimiento de su promesa. Ya sabemos, sin embargo, que además de la presencia eucarística, que es sacramental, y por tanto, de alguna manera asequible a la percepción de los sentidos a través de los signos del pan y del vino, Jesús se hace presente también místicamente a todo el cuerpo de la Iglesia y a cada uno de los fieles bien dispuestos
Pero, la presencia debe ser recíproca y compartida. Cabe decir: nuestro cuerpo, el corazón y el espíritu deben estar también presentes en el encuentro, para no hacer nuestra aquella confesión profunda de San Agustín, cuando dice: << Tú estabas dentro, y yo fuera; y era fuera donde yo te buscaba (...) tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si tú no existieras, no existirían>>.
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