La cosecha es lo que tiene en
mente el agricultor, es la prioridad en sus intenciones. Con la mirada fija en
la lejana cosecha, hace sus cálculos: semilla, preparación de la tierra, medios
de explotación, gastos, esfuerzo personal, previsión de daños. La recompensa
vendrá al final del proceso. <<Salían llorando, llevándose la semilla;
volverán cantando, llevando sus gavillas
>>. Bien mirado, en cuanto al rendimiento de nuestra vida personal, a su
final, nos pasa algo parecido. ¿Tenemos, de hecho, la misma diligencia que el
agricultor?
Disponemos de la semilla: el anuncio del Reino, que hemos
recibido: << Salió el sembrador a sembrar >>. Pero ¿cuál es la
tierra (nuestra disposición) que recibe la semilla? Unos escuchan la
predicación del Reino sin entenderla. Otros reciben con alegría la predicación
del Reino, así que la oyen, pero sólo por un momento, no enraíza dentro de
ellos. Algunos han escuchado la palabra, pero los
afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.
Sólo fructifica la semilla sembrada en tierra buena:
<< Significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto, y
producirá ciento o sesenta o treinta por
uno>>. Considerémonos del número de estos últimos y pensemos lo que dice
Isaías: << Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo>>. El fruto será la paz, el bienestar y la
libertad de los hijos de Dios, ya ahora, en el Reino iniciado, y nos hará
encontrar liviano el esfuerzo, la generosidad, la donación de nosotros mismos y
las renuncias pertinentes, en vistas a la recompensa que esperamos. Dice San Pablo: << Hermanos: Sostengo
que los sufrimientos de ahora no pesan
lo que la gloria que un día se nos descubrirá>>.
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