Nosotros acostumbramos a ser rápidos,
incluso contundentes, en usar nuestra fuerza contra todo mal; más concretamente
contra toda injusticia. Como el dueño de la viña ante una higuera estéril:
<<Arráncala de una vez >>,
dice. Al igual que los criados ante el sembrado infestado de cizaña: <<
¿Quieres que vayamos a arrancarla?>>. Sabedores que tenemos poca fuerza, osamos invocar la fuerza de Dios, en
algunos casos, para que golpee donde nosotros no podemos alcanzar. Como
aquellos discípulos: << ¿Quieres que pidamos que baje fuego del cielo?>>.
No así obra Dios con nuestras injusticias. Como dice
Isaías: << Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas
con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Tu justicia universal
te hace perdonar a todos. (...) Tu demuestras tu fuerza a los que dudan de tu
poder total >>. Dios lo ve todo en positivo y mira más allá, en el futuro,
como dice el mismo Isaías: << Diste a tus hijos la dulce esperanza de
que, en el pecado das lugar al arrepentimiento>>. El salmista lo comprendió
también perfectamente, cuando dice: Tú Señor, eres bueno y clemente, rico en
misericordia con los que te invocan >>
Cuando los criados
querían arrancar la cizaña, Jesús explicó la manera en que actúa la fuerza de
Dios: <<No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el
trigo >>. ¿Quién sabe lo qué puede
pasar? La fuerza del trigo podría ser tanta, que la cizaña quedase asfixiada, o
que el mal del mundo pierda la guerra final frente al bien. ¿Es esta la
intención de Dios en el uso de su fuerza?
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