La obra de Dios es perfecta:
Si la obra es material, contiene toda la perfección que puede suportar la materia.
Terminada la creación, << vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno >>. Cuando la obra de
Dios es espiritual y se realiza en un ser libre, puede alcanzar una perfección
casi infinita. Sólo es necesario que el sujeto receptor colabore libremente:
consintiendo, asumiendo el don sin restricciones y participando activamente en
la realización progresiva del plan de Dios.
Es el caso de Santa María, ella aceptó y se abrió generosamente
al mensaje divino: << Que se
haga en mí según tu palabra>>. La divina Encarnación tuvo lugar, y los
efectos maravillosos se hicieron perceptibles
a la misma Virgen: << Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios mi Salvador. (…) Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
(...) porque el Todopoderoso ha hecho
obras grandes en mi>>. También Isabel percibió la magnificencia de la
obra de Dios en María: <<En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó
la criatura en su vientre>>.
El fruto de aquella
obra se culmina felizmente con la Asunción de María al cielo: << Se abrió
el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza>>.
El arca de la alianza era María. Pero hay aún otro testigo más claro: << Apareció
otra señal en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal,
coronada con doce estrellas>>. Nuestra
perfección también será obra de Dios, si se da, porque es necesario, nuestro
consentimiento y nuestra colaboración asidua a la pedagogía divina.
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