El primer movimiento humano,
ante una ofensa grave, suele ser: " ojo por ojo y diente por diente".
Es una reacción de venganza en un falso intento de restablecer la justicia.
Como si dijéramos, hacer justicia en la distribución del mal: " tanto daño
me has infligido tanto te haré". Jesús, hijo de Sira, dice: << Es
odioso irritarse y guardar rencor, pero el pecador lo hace y no quiere
apaciguarse>>. Así lo hizo aquel del Evangelio: << Encontró a uno de
sus colegas que le debía algún de dinero, (y no recordando que el rey acababa
de perdonarle una gran deuda) lo agarró y le estrangulaba diciéndole: Págame lo
que me debes >>.
El perdón, por el contrario, que es la
virtud de los fuertes, nos obliga a la serena reflexión, al dominio de los
primeros impulsos y a poner freno al
círculo inacabable del mal. La persona ofendida, si es sensata y responsable,
se sabe, ella también, pecadora, y recuerda el dicho bíblico: << Perdona
a los demás el daño que te han hecho, y Dios te perdonará los pecados cuando tú
ores >>. O aquella otra: << Piensa en la Alianza del Altísimo, y no
tendrás en cuenta la ofensa recibida >>.
Y, si la ofensa se vuelve
reiterada y persistente ¿Qué hará el hombre sensato y reflexivo? La respuesta
es la de Jesús a Pedro, cuando éste pregunta: “¿Si mi hermano me ofende cuántas
veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete
veces?” Jesús le responde: "No te
digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete>> Es decir,
siempre. Entonces nos pareceremos a Dios, imitando su voluntad infinita de
perdón. ¿Cuántas veces me ha perdonado hasta ahora Dios, y cuántas me tendrá
que perdonar todavía? Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a
nuestros deudores.
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