La gente de nuestro tiempo,
especialmente los estamentos oficiales, se llenan la boca de las palabras justicia,
igualdad, bienestar social, preocupación por los necesitados. Se ha
escrito la Carta de los derechos humanos que está muy bien sobre el papel: el
derecho a la vida, a la enseñanza, al habitáculo familiar, al trabajo, etc.
Pero ninguno de estos derechos se ha
querido o ha podido asegurar al conjunto
de la población, en todo el mundo. Por el contrario, algunos de estos derechos,
como el derecho a la vida o a la vivienda, se están impidiendo legalmente. Lo
que sí se ha asegurado, de hecho, es la inmensa riqueza de algunos y el poder,
incluso bélico, de los Estados.
A una hipocresía tan universal y clamorosa sólo vemos una
solución: la conversión de los explotadores. Como dice el profeta Isaías:
<< Que el malvado abandone sus caminos, y el criminal sus planes; que
regresen al Señor y él tendrá piedad; que vuelvan a nuestro Dios, que es rico
en perdón>>. Pensemos todavía, que el perdón y la rehabilitación de los
injustos, cuando se traduce en latrocinio camuflado o patente, no se hacen
efectivos mientras no se restablezca la justicia y no se devuelva a cada uno lo
que es suyo.
Pero el Evangelio de
hoy, nos invita a sobrepasar la justicia y actuar por amor: <<El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar
jornaleros para su viña >>. Como el hombre estaba preocupado por la
suerte de los parados, volvió a salir alrededor del mediodía, a media tarde y una
hora antes de ponerse el sol, para enviarlos a trabajar en su viña. Al
atardecer, mandó al encargado que pagara a todos un denario. Esto no se lo
exigía la justicia, sino el amor: todos igualmente debían alimentar y vestir a
sus familias, todos tenían que poner la mesa para sus hijos y familiares, todos
tenían que hacer frente a gastos ineludibles. Vean si estamos lejos del Evangelio, cuando hablamos de solidaridad y
de bienestar social.
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