Todo está en las manos de
Dios. En el caso de Ciro, rey de Persia, Dios se servició de él para devolver la
libertad a los cautivos de Israel, deportados a Babilonia: <<Así dice el
Señor a su Ungido, a Ciro: (…) " Sin que me conocieras, te he hecho tomar
las armas para que sepan de oriente a Occidente que no hay otro dios fuera de
mí. Yo soy el Señor y no hay otro. Enseguida Ciro publica un edicto decretando
la libertad de los deportados, y acepta así que el poder de Dios está por
encima de las potestades de este mundo.
El ciudadano raso está sometido a las potestades
terrenales y, por encima de ellas, al poder absoluto de Dios. Su rol consiste
en edificar la ciudad terrena, colaborando con el poder legítimo de este mundo,
y la ciudad celeste obedeciendo los preceptos del Señor. En caso de conflicto,
su deber es obedecer primero a Dios que a los hombres. Manteniendo esta
jerarquía de valores, el ciudadano, guiado por su conciencia, observará
cuidadosamente la obediencia a Dios y al poder constituido.
Jesús confirma claramente esta doctrina, cuando le
preguntaron si << Es lícito o no pagar impuesto al César>>. Después
de haber visto la moneda con el nombre y la figura del César, responde:
<< Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios
>>. La misión de todo ciudadano -
particularmente de todo cristiano - no es otra que, obedeciendo su conciencia bien formada y amorosamente guiada por el
Señor, trabajar generosamente con todos los demás ciudadanos para la
consecución de un mundo mejor, que sea una estancia digna y cómoda para todos
los humanos, y puerto amplio y seguro de salida hacia la ciudad celestial.
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