Espectacular
la visión de San Juan: << Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente
llevando el sello del Dios vivo. Gritó: (…) No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la
frente a los siervos de nuestro Dios>>. Se supone que se refiere a la
apoteosis final, cuando Dios cerrará el resultado de la historia humana y
marcará, ante todo, a los justos de Israel. <<Eran ciento cuarenta y
cuatro mil, de todas las tribus de Israel>>. Parecen pocos los justos de
toda la historia de Israel. Pero es que se trata de un número simbólico.
El ángel marcará también a los sirvientes
del nuevo pueblo elegido, la Iglesia, que se extiende desde la venida de
Jesucristo hasta el final de los tiempos. Su número será inmensamente superior,
toda vez que la Iglesia ya no ha sido reducida a un territorio o a un pueblo
pequeño, sino que se ha extendido durante muchos siglos, por toda la tierra y
sus habitantes, y son incontables los mártires que << han lavado y
blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero>>. Son también
incontables los confesores y las vírgenes que han seguido las huellas del
Cordero, y se han hecho semejantes a él.
Después, recalca San
Juan: <<Apareció en visión una muchedumbre inmensa que nadie podría
contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua>>. Se trata de los que no
habían podido conocer a Jesús, pero que habían vivido conformes a la luz de la
razón y de la conciencia personal. <<Rindieron homenaje a Dios, diciendo:
“Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor
y el poder y la fuerza son de nuestro
Dios, por los siglos de los siglos. Amén>. Venían de << la gran tribulación >>, y el misterio de Dios
y de Jesús, que apenas habían vislumbrado en la neblina de la fe, ahora lo
veían claramente con sus propios ojos.
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