El
deseo, cuando busca algo positivo y, si el objeto deseado, además, es de una
importancia capital, se convierte en el gran motor de la vida. Esto ocurre
cuando el deseo se convierte en amor, y si lo que desea el hombre es la
sabiduría. Aquella sabiduría que es un conocimiento global del momento presente
en relación a la propia vida, y también una evaluación profunda de las cosas y
de los acontecimientos. Es decir: saber y entender cómo debemos vivir el momento
presente y sus circunstancias, para hacerlo favorable a nuestro bien integral.
En el libro de la Sabiduría leemos:
<<La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la
aman, y la encuentra los que la buscan. ( ... ) Meditar en ella es prudencia
consumada>>. La sabiduría total, infinita y eterna es Dios mismo. Por
eso, quien busca la sabiduría, busca a Dios y, quien encuentra a Dios, encuentra
la sabiduría. La investigación con deseo de sabiduría siempre resulta eficaz,
porque: <<Ella misma se da a conocer a los que la desean>>.
La sabiduría es
prudente, prevé las circunstancias posiblemente variables y se prepara para
cualquier eventualidad; como las vírgenes prudentes: <<Las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. (...) Y las que estaban
preparadas entraron con él (el novio) al banquete de bodas, y se cerró la
puerta>>. Las necias habían ido a comprar aceite y llegaron tarde. La fiesta
ya había comenzado y no pudieron entrar. << Él (el novio) les dijo: Os lo
aseguro: no os conozco. Velad, pues,
porque no sabéis el día ni la hora >>. Vivamos nosotros preparados con la
sabiduría, la prudencia y la previsión constante.
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