Para ayudarnos, Dios nos ha revelado los mandamientos que son el resumen de las obras humanas que a él le placen y que a nosotros nos dignifican como servidores e hijos suyos: <<No tendrás otros dioses frente a mí. (...) No pronunciarás el nombre del Señor, en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. (...) Honra a tu padre y la madre. (...) No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No dirás testimonio falso contra tu prójimo, no codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey ni su asno; ni nada que sea de él >>. Si los analizamos seriamente, veremos que estos mandamientos están de acuerdo plenamente con el sentido común y con el recto pensamiento, y que son favorables del todo a los deseos del Señor y a la preservación de los derechos humanos: nuestros y los de los demás.
La debilidad humana, la obcecación y la tergiversación de la conciencia, lleva al hombre, a menudo, a querer servirse de Dios para sus intereses. A ver qué puede sacar de Dios. Y a veces, abrigándose hipócritamente en apariencias religiosas, se atreve a querer satisfacer sus instintos depredadores o voluptuosos. Es evidente que en casos similares se esconde la adoración de sí mismo, en vez de adorar a Dios en espíritu y en verdad. << Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas >>. Los echó a todos y les dijo: << No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre >>. La verdadera religión no busca nunca beneficios terrenales. Sólo le importa glorificar a Dios y esperar de él la salud espiritual y la salvación.
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