<< Vinieron de Oriente unos
magos >>. Gente despierta, debían ser. Interesados por la investigación
científica, por la verdad; movidos por la curiosidad, por el deseo; nada
conformistas, ni rutinarios ni dormilones. Sabían que la sabiduría no llama a
la puerta del vago y que la verdad no se aviene mucho con el perezoso. <<Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en camino>>. Todo ello, es como la
respuesta a la llamada del profeta Isaías: << ¡Alzate, brilla, Jerusalén,
que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!>>.
Hay una luz fuera de nosotros. Hay todo un
mundo complejo por descubrir, un mundo verdadero, objetivo; un mundo físico y
material y otro espiritual, invisible; un mundo inmenso que nombramos cosmos, y
su Creador. ¿Cómo se puede vivir adormilados y sin curiosidad por conocer
-hasta donde nos es posible- el cosmos del que formamos parte? ¿Quién puede aletargarse
en una apatía irritante sin esforzarse ni poco ni mucho por conocer la gloria
del Señor y de su Mesías?
<< Al ver la
estrella, se llenaron de inmensa alegría>>. Por la estrella (visible y
material) llegaron a donde estaba el Mesías. << Entraron en la casa,
vieron al niño con María, su madre y, cayendo de rodillas, lo adoraron>>.
Ya lo había predicho Isaías: << Caminarán los pueblos a tu luz, y los reyes al
resplandor de tu aurora>> y <<
Las tinieblas envuelven la tierra, (...) pero sobre ti amanecerá el Señor, su
gloria amanecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz>>. Buscar la Luz y encontrarla, viene a ser lo
mismo. ¿Por qué, pues, hoy, tanta gente vive a oscuras en cuanto al sentido
profundo de sí misma y de toda la creación, y tan carente del gozo de vivir,
formando parte de un escenario tan universal y maravilloso?
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