El bautismo es un rito. También lo
fue el de Jesús. Un rito de un significado radical: un cambio de la forma de
ser, de vivir, de actuar; es el compromiso de aceptar una nueva pertenencia. O
bien, se trata de asumir una responsabilidad importante, de aceptar una misión
o de admitir un encargo de envergadura. Todo ello, de parte del que es
bautizado. Hay otra parte afectada: la que recibe el compromiso del bautizado.
Es algo parecido a la jura de bandera militar o al juramento de un cargo
político, pero elevado a lo espiritual y trascendente.
En el caso de Jesús, él se
compromete firmemente a la vocación de Mesías: <<Aquí estoy, Dios mío, para hacer
tu voluntad >>. Y la lleva a cabo fielmente en obras y palabras, hasta
poder exclamar: << Todo se ha cumplido >>. Y puede añadir
confiadamente: << En vuestras manos, Señor, encomiendo mi espíritu
>>. Por parte del Padre aparece claramente la aceptación del compromiso
del bautizado: <<Una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el
predilecto>>.
El rito de nuestro
bautismo, además, es un sagrado misterio (un sacramento) enriquecido con la
gracia específica destinada a posibilitar, incluso a facilitar, la vida de
hijos adoptivos de Dios y seguidores de Jesús. Porque es éste el cambio
radical, la vocación, el compromiso, la nueva pertenencia a que se obliga
libremente el bautizado. El Señor lo acepta y dice: << Yo estaré con
vosotros siempre hasta el fin de los tiempos>>. ¿Creemos que el compromiso de nuestros bautizados actuales,
representados por los padres, padrinos y abuelos, es comprendido y asumido
seriamente? ¿Es fidedigno? Y nuestro compromiso personal de bautizados, ¿cómo
lo hemos llevado durante nuestra vida y como lo vivimos ahora mismo?
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