Un lugar de de cobijo y de acogida,
en medio del desierto del mundo, es la familia. No hay ningún otro vínculo tan
estrecho, tan dulce y tan benefactor como la familia. Está garantizado por la
sangre, por la empatía, por la unidad de proyecto, por el amor gratuito, por
tantas otras cosas. El bien o el mal de un miembro redunda en el bien o el mal
de todos. Dice san Lucas: << Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que
tu padre y yo te buscábamos angustiados >>. La familia hunde sus raíces
en la naturaleza humana y, nadie, nunca, podrá cambiar esta situación.
La maldad de los hombres, en
nuestros tiempos, bajo pretexto de libertad (libertinaje), ha puesto en crisis
este prodigio de la naturaleza, que es la familia: parejas de hecho sin
compromiso real, uniones homosexuales, divorcios a la carta, uniones temporales
"ad experimentum". ... Resultado: desintegración de la sociedad,
vidas amargadas y decepcionadas, hijos sin puntos firmes de referencia, y
entristecidos porque no vienen de padres que se amen mutuamente, ni que los
amen como fruto de su amor. Han venido al mundo casualmente, nacidos de una
pareja de egoístas, que se aman sólo a ellos mismos y sus caprichos
superficiales.
Dice san Lucas: <<El bajó con
ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su
corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y los hombres>>. Es así como los
hijos se convierten en hombres y mujeres que merecen el favor de Dios y de los
hombres. Son los hijos cuerdos, que devienen el orgullo del padre y de la madre,
al tiempo que el salario por la fidelidad de la pareja y por el trabajo con
esfuerzo y alegría, para lograr el éxito espiritual y físico de sus hijos.
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