La referencia a Dios, a fin de discernir entre el bien y el
mal, es el punto de partida natural y teológico necesario para construir una
vida moral adecuada, capaz de encauzar un comportamiento positivo, que nos
conduzca al equilibrio psicológico y a la felicidad personal. La narración del
Génesis, que leemos hoy, nos muestra el error de Adán y Eva cuando, para
evaluar la causa de su pecado, no se acuerdan del mandato recibido de Dios,
sino que se escudan, el uno en la mujer y la otra en la serpiente: << La
mujer que me diste como compañera me ofreció el fruto, y comí >> - dice Adán.
Eva, a su vez, culpa a la serpiente: << La serpiente me engañó, y comí>>.
Muchos,
hoy, explican la causa de su vida amoral o inmoral justificándose en lo que
ahora se lleva: la interpretación mayoritaria de una ética del laicismo, las
costumbres aplaudidas en los medios, o las vidas sesgadas de personajes
públicos o social mente relevantes. Cuando no, apelando a la propia autonomía y
en la libertad personal, como cuando salen con el "mantra" de:
<< Mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero >>. Todo lo que no
sea reconocer humildemente que: << He pecado mucho…..... por mi culpa
>>.
María, en
cambio, siguiendo la estela de los personajes eminentes del Antiguo Testamento
bíblico, fundamenta su vida moral en la comunión personal con el Dios de los
padres, hasta el punto de llamar la atención del Altísimo, a la hora de buscar
una virgen digna de ser madre del Mesías esperado. El saludo del ángel lo
explica todo: << Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo >>. La gracia, que hace que María sea
Inmaculada, la pone el Señor; la disposición que atrae aquella gracia y la
asienta en su alma de eminente nobleza, es aportación de María. Algo similar pasaría en nosotros, si
semejante fuera nuestra disposición. Si en este Adviento reconociéramos de
corazón nuestra condición de pecadores y nos abriéramos de verdad el don de
Dios.
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