Cuando el hombre vivía cerca de
Dios, era fiel a su palabra y ésta estaba llena de valor humano e incluso,
jurídico. Si la palabra fallaba, fallaba con ella al hombre. El hombre valía
tanto como valía su palabra. La palabra era el hombre. Desde que el hombre
(globalmente hablando) ha decidido vivir lejos de Dios, se ha convertido en
infiel a su palabra y ésta se ha devaluado hasta perder toda su fuerza. Ahora
la palabra no vale nada para demasiada gente. Y como la palabra es el hombre,
éste, ahora, cuando no respeta la palabra, tampoco vale nada.
Unos ochocientos años antes de Cristo, escribe
el profeta Miqueas: << Esto dice el Señor: Los entrega hasta el tiempo en
que la madre dé a luz y el resto de sus hermanos retornará al resto de
Israel; en pié pastoreará con las fuerzas
del Señor>. Cada año, por Navidad, celebramos el cumplimiento de aquella
promesa de Dios, hecha por boca del profeta. En este caso en el que había
prometido el Mesías, como en todos los demás, la promesa de Dios, su palabra,
siempre se ha cumplido, como lo hará también en el futuro.
María esperaba un hijo, y su prima
Isabel, de avanzada edad y estéril, estaba a punto de tener otro. Habían pasado
ocho cientos años desde la profecía de Miqueas, y era llegada la hora del
cumplimiento de la promesa. Con el cumplimiento de aquella promesa, Dios Mesías
comenzó entre nosotros, su tarea de pastor fiel y amoroso, a anunciar el Reino
de Dios y a lanzar una nueva promesa: la salvación universal para todos los
hombres de buena voluntad. <<En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la palabra
era Dios>.
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