La palabra, la expresión no verbal, el pose,
no nos dicen exactamente quién es una persona en su realidad interna. Para
llegar a captar la autenticidad de alguien, incluso nuestra propia, nos haría
falta poder llegar a la simplicidad del corazón, en el lugar donde concuerdan
sus expresiones externas, su pensamiento más íntimo y sus actos. El libro de
Jesús, hijo de Sira dice: << El horno prueba la vasija del alfarero (...)
Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando
es examinado >>.
La
autenticidad va por dentro, es algo constitutivo de uno mismo. Es por ello que
nos debe importar, ante todo, nuestra autenticidad: << Sácate primero la viga
de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano> >. En juzgarnos a nosotros
mismos, a menudo nos confundimos, poniendo toda la atención en las
manifestaciones externas, sin llegar del todo a preguntarnos quiénes somos de verdad.
Entonces, la hojarasca de nuestras exteriorizaciones nos impide conocer con
seguridad si somos o no el hombre bueno, y no alguien que solamente hace cosas
buenas.
Porque las cosas buenas que hacemos
no pasan de ser un síntoma de lo que realmente somos: <<El que es bueno,
de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la
maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca>>.
La bondad y la justicia habita dentro
del hombre y produce sus frutos: << El justo crecerá como una palmera. (...)
En la vejez seguirá dando fruto y será lozano y frondoso>>.
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