Después de salir de Egipto, los
hebreos viajaron por el desierto (cuarenta años) sufriendo todo tipo de
penalidades y revelándose frecuentemente contra Moisés y contra Dios. Llegaron
a la tierra prometida y acamparon en Guilgal, en la llanura de Jericó. El señor
dijo a Josué: << Hoy os he despojado del oprobio de Egipto>>. (...)
Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná>>. Habían
llegado a la tierra deseada.
El hijo pródigo arruinó su vida:
<<Juntando todo lo suyo, emigró a
un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente>>. El
resultado fue de lo más penoso: << ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino
adonde esté mi padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti". (...) Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio; y, echando a
correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. (...) El padre dijo a sus
criados: “celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado>>.
Nuestra peregrinación es, quizás
también, un viaje con frecuentes frustraciones y sufrimientos; quizás también
de infidelidades, hasta que nos decidimos por emprender el camino que lleva a
Cristo: <<El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha
pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo>>.
La reconciliación con Dios por Cristo es
nuestra llegada. La reconciliación se da entre ambos. El resultado es: que
<< Al que no había pecado Dios lo
hizo expiación por nuestro pecado, para que, nosotros, unidos a El,
recibamos la justificación de Dios>>.
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