La salida de la esclavitud, del pecado, de la
mala conciencia, de la tibieza, de una vida sesgada o mediocre, no es nunca
iniciativa del hombre. Por maldad, por comodidad, por miedo, por falta de luz,
por impotencia radical. La iniciativa la toma siempre el Señor. El Señor dijo a
Moisés: << Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios e
Isaac, el Dios de Jacob (...) He visto la opresión de mi pueblo en Egipto,
(...) Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para
llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y
miel>>. Sin duda un cambio espectacular y positivo, propuesto y llevado a
cabo por Dios.
Con todo, al hombre que empujado por
Dios, ha iniciado la salida de una situación deplorable, le puede pasar como a
muchos israelitas en el desierto: añorar los tiempos de esclavitud (las ollas de carne y de cebolla en Egipto).
Por esa razón, la mayoría de ellos no
agradaron a Dios y perecieron en el desierto.
Jesús, por su parte, nos manifestó
hasta dónde llega la paciencia de Dios y su voluntad de llevar a cabo la
liberación iniciada: <<Dijo entonces al viñador.”Ya ves: tres años llevo
viniendo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo encuentro. Córtala.” Pero el viñador le contestó: “Señor, déjala
todavía este año; y cabaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto.
Si no, córtala>>. Cortar la
higuera (abortar el proceso de liberación) sería la opción extrema nunca
deseada. El Señor nunca tomará esta drástica decisión.
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