Después de perder a una persona muy querida, entramos en
orfandad y sufrimos tristeza y abatimiento. A veces queda truncado el futuro, y
detenidos, puede ser para siempre, los proyectos en vías de llevar a cabo,
cuando aquéllos iban ligados estrechamente a la persona que hemos perdido. No
fue este el caso de los seguidores de Jesús; todo lo contrario: <<Los
fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón. (...)Crecía el
número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor (...)
Mucha gente de los alrededores de
Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos del espíritu inmundo, y todos se
curaban>>.
¿Qué había
pasado entre tanto? <<En esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y
les dijo: “Paz a vosotros”. (...) Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor >>. Y añadió:
<Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo >>. Este hecho
lo cambiaba todo de pura a raíz: Jesús no estaba muerto, sino vivo, y su
proyecto se mantenía íntegramente en pie. Ahora les encomendaba a ellos
llevarlo a cabo.
La
transformación interior de cada uno de aquellos hombres y del grupo en que
quedaban constituidos, se puede medir mejor desde ahora, en nuestro siglo XXI,
cuando recordamos la historia del hecho cristiano. Comprobamos históricamente,
que un pequeño grupo de galileos rudos, y puede ser analfabetos, iniciaron en
el mundo una transformación de una profundidad, una anchura y una duración en
el tiempo que ninguna otra persona, ni
institución, ni imperio, haya podido igualar ni parecérsele por aproximación. No trabajaron solos. Estaba con ellos el
que dice: << Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba
muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la
muerte y del abismo>>.
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