Jesús murió en su naturaleza humana solamente. Concretamente
perdió la vida física de su cuerpo. En su naturaleza divina no podía morir:
<<Yo soy el camino, la verdad y la Vida >>. Jesús, pues, es la
misma Vida con todo su esplendor, y en plenitud de sentido y de belleza. Es
Jesús tanta vida, que es dador de vida: << Yo soy la resurrección y la
vida >>. Cabe decir, que puede devolver la vida a quien la ha perdido.
El, dada
voluntariamente la vida que podía perder, la recobra al tercer día. No como la
tenía antes, temporal y perentoria, sino divinizada y trascendente, como la que
promete a todos los que se adhieren a él y se hacen sus discípulos por la
conversión y la búsqueda del Reino de Dios: << Aquellos que viven y creen
en mí, aunque hayan muerto, vivirán>>. Vivirán, no como vivían en este
mundo. Vivirán como vive él, que ha resucitado; como viven los ángeles, como
vive el mismo Dios. Vivirán la Vida.
Si hemos
resucitado con él, por la fe y por la adhesión formal a su proyecto, como
supone San Pablo, tenemos que ensayar ahora mismo ese estilo de vida al que
estamos llamados y que tanto deseamos: <<Ya que habéis resucitado con
Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la
derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra>>.
Si queremos disfrutar en este mundo de
una vida de plenitud, de sentido y de belleza, empecemos a vivir, desde ahora,
como muertos a toda perversión y maldad. Empezamos a vivir como resucitados.
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