La muerte es un acontecimiento natural, fuera de los casos
de accidente o de muerte por violencia. Algunas muertes son más naturales que
otras: cuando se dan como final del proceso, hacia la vejez, como colofón de
una vida larga. Para muchas culturas, ya desde la antigüedad, la muerte es un
hecho sagrado, que tiene que ver con el sentido de una vida honesta o depravada
y con el anhelo de trascendencia, inscrito en el interior de los corazones. Sin
embargo, la muerte es un acontecimiento sobrecogedor y doloroso debido a la
separación definitiva.
En la
muerte de cada uno de nosotros está implicado Dios, autor de la ley que la
regula. Por otra parte, es el momento del encuentro personal y directo entre
criatura y Creador. Es el momento en que Dios quiere sustituir una vida
temporal por otra de eterna, una vida carnal y terrenal por otra espiritual y
celestial. Mejor dicho todavía, si habláramos del cambio substancial del estado
de vida temporal al superior estado de la misma vida, ahora vida eterna. Todo
ello, porque << Dios es Dios de vivos y no de muertos >>.
La
Escritura contiene pasajes reveladores de cómo Dios dispone como quiere de la
vida y de la muerte. Elías, hombre de Dios, <<Dijo (a la madre del niño que había muerto): Dame a tu hijo. Y
tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en
su cama. Luego invocó al Señor: (...) Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración (...) El Señor escuchó la súplica de Elías. Al niño le volvió la
respiración y revivió>>. Y el caso de Naín: << Cuando se acercaban
a la entrada del pueblo se encontró que llevaban a enterrar a un muerto. (...)
El Señor se acercó al féretro y le puso la mano encima. (...) Dijo: "Joven,
levántate". El muerto se puso sentado y empezó a hablar. Y el Señor se lo dio a su madre >>. Nada de definitivo
podrá la muerte contra nosotros, si nos encontramos con Jesús y él se encuentra
con nosotros.
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