Visto lo que tenemos y somos, quizás sí que nuestro remedio
se encuentra en volver a nacer, a ser creados de nuevo. El mundo está lleno de
rivalidades graves, de agravios profundos, de odios ancestrales, de guerras
declaradas, de matanzas feroces y de enfrentamientos ideológicos. La misma
democracia se ha convertido, en algunos lugares, en un nido de conflictos y de reproches,
que envenena la convivencia política de muchos ciudadanos. Son causas de todo
ello el afán enfermizo de poder y de dinero, o también las diferencias de raza,
lengua, ideología, nacionalismo o religión.
<<Pues
lo que cuenta –dice san Pablo- no es circuncisión o incircuncisión, si no una
criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se
ajustan a esta norma>>. Dado que el hombre ha sido incapaz -como lo
demuestra la Historia- de edificar la reconciliación y consolidar la paz, nos
urge pedir humildemente y esperar con firmeza la intervención de Dios, para que
venga su Reino. Aquel Reino que preveía Isaías: << Festejad a Jerusalén (...) Yo haré derivar hacia ella
como un río, la paz; como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones>>.
Para
anunciar aquel Reino, <<Designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó
por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir él. (...) Y decid: El
Reino de Dios está cerca de vosotros >>. Para edificar este Reino no se
puede contar con ningún recurso humano: << No llevéis talega, ni alforja,
ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie por el camino >>. La
propuesta del Reino es irrevocable y para todos: <<Si entráis en un pueblo y os
reciben bien, (...) decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios"
(...) Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid:
"Hasta el polvo de vuestro pueblo que se nos ha pegado a los pies, nos lo
sacudimos sobre vosotros. <<De todos modos, sabed que está cerca el reino
de Dios>>.
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