La puerta es el lugar por donde queremos iniciar el
itinerario de nuestra vida. La entrada por la puerta se hace por una decisión
libre de la voluntad, porque se nos ha dado encaminar la vida hacia donde queramos.
La puerta estrecha tiene límites: unos montantes y un dintel; y nos lleva a un
camino estrecho. La estrechez de la que hablamos se refiere al comportamiento
ético y moral, que los americanos resumirían en la ley y el orden. Nosotros
sabemos que esta estrechez viene marcada por la ley natural, que viene de Dios
y por las leyes positivas que nos ha dado la Iglesia o el Estado, así como por
la experiencia de generaciones pasadas. Señalar en todo momento la buena
dirección, es tarea de la conciencia de cada uno. El objetivo del proceso es
librarnos del mal, asegurarnos la práctica del bien y conducirnos a un final
feliz de nuestro viaje. De ahí la urgencia del aviso de Jesús: <<Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán>>. Porque ellos rechazan de corazón toda limitación y estrechez.
Son los que
han querido entrar por la puerta ancha e ir por el camino ancho: No quieren
leyes que limiten sus pretensiones, y aquellas leyes que no pueden negar
quieren adaptarlas a sus gustos y caprichos. Dicen que las normas sólo sirven
para reprimir. Prefieren manga ancha e ir siempre por donde les apetece. No se
dan cuenta de que también las autopistas incluyen normas de circulación y que
los peligros de no obedecerlas pueden tener consecuencias mortales. La manga
ancha incluye amarguras y frustraciones inesperadas.
Lo que
hacemos de nuestra vida es en definitiva lo que contará. Al llegar al término,
dirán: << Señor, ábrenos. Él les responderá: No sé quiénes sois. Alejaos
de mi, malvados>>. El camino estrecho ha propiciado una vida
placentera y ha llevado a un final feliz. El camino ancho ha significado una
vida de sobresaltos y desesperanzas para terminar en un vacío sin sentido.
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