De que tenemos necesidad de reflexionar estamos convencidos,
pero ¿tenemos tiempo para hacerlo? ¿Nos sentimos bastante libres, relajados,
imparciales, para hacerlo adecuadamente? ¿Tenemos suficiente empuje para
abordar cuestiones sustanciales y trascendentes y suficiente capacidad, en
estos temas, para llegar a conclusiones firmes y verídicas? <<Apenas
conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano:
pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo?>>.
Existe una
capacidad de sabia reflexión que no viene de nosotros; aquella que nos abre la
puerta al conocimiento de Dios para vislumbrar su voluntad: << ¿Quién conocerá
tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu des del
cielo? Sólo así fueron rectos los
caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría
los salvó>>.
La
reflexión que nos lleva a querer seguir a Jesús y sus caminos debe ser
cuidadosa, sincera y convincente para no fracasar: << Así, ¿Quién de
vosotros, si quiere construir una torre,
no se sienta primero a calcular
los gastos, a ver si tiene para terminarla. No sea que si echa los cimientos y
no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran. (…) Lo mismo
vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no pude ser discípulo mío>>.
Es decir, escogerle a él y amarlo de tal modo que nadie ni nada nos pueda
impedir seguirlo. Que el Espíritu Santo
que viene de las alturas nos lo facilite.
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