Pervertirse es desviarse de la rectitud moral. Como lo hizo
el pueblo hebreo, mientras Moisés estaba en la montaña: << El Señor dijo
a Moisés: "Anda, baja del monte que se ha pervertido tu pueblo. (...)
Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado>>. El
panorama moral de nuestro viejo continente se le parece mucho. Hace medio
siglo, nuestro pueblo era mayoritariamente practicante de la religión católica:
Misa dominical, sacramentos, mes de María, novenas, oraciones, cuidado
espiritual de los moribundos y aspiración a una vida moral correcta. ¿Qué le ha
pasado a nuestro pueblo, en los últimos años, porque mayoritariamente se haya
pervertido, abandonando al Dios de sus padres y se haya hecho su becerro de
oro?
En el
Evangelio hemos escuchado: << Un hombre tenía dos hijos. El menor de
ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El
padre les repartió los bienes. (...) El hijo menor, juntando todo los suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente>>.
Ni los hebreos habrían abandonado a Dios, ni aquel hijo a su padre si los
hubieran conocido de verdad. Unos y otro llevaban una vida familiar rutinaria y
anodina, sin haber amado nunca a Dios ni al padre. En vez del amor filial,
habían vivido sólo la ley del temor.
El pueblo
hebreo destruyó su ídolo y el hijo pródigo, volviendo a casa, confesó: <<
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo
tuyo >>. ¿Cuándo volverá a Dios
nuestro pueblo, abatido bajo el peso de la culpa y del fracaso? Sólo cuando se
dé cuenta de su error y se acuerde de la bondad de Dios y de su voluntad
infinita de perdón. << Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo>>.
Digamos también nosotros: << Misericordia,
Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo
mi delito, limpia mi pecado>>.
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