Hay una fe elemental: creer en Dios (Dios es, Dios existe),
y aceptar los dogmas propuestos por la Iglesia y compactados en el Credo. La fe
de mucha gente no llega más allá de eso. Debía ser la fe de los apóstoles,
cuando pidieron a Jesús: << Auméntanos la fe>>. Los dogmas quieren
ser un intento de explicación de los misterios del Dios inexplicable, porque,
cuando nos preguntamos cómo es Dios, cómo gobierna el mundo, cómo se hace
presente en la vida individual, cómo actúa ante el mal que oprime el mundo y la
vida los hombres, irrumpe en nuestra mente un rayo de tiniebla, que nos deja
desconcertados. ¿Qué diremos del silencio de Dios ante calamidades
apocalípticas, ante crímenes espantosos, ante la oración (aparentemente no
respuesta) de los creyentes? Hemos leído en el profeta Habacuc: << ¿Hasta
cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: "Violencia",
sin que me salves? >>. Ver a Dios actuando positivamente ante semejante tiniebla
es el núcleo de la fe.
Quizás, la
fe de más, que piden los apóstoles, va en este sentido. Fiarse de Dios
absolutamente, siempre. Envolverse en la tiniebla del no saber, podría ser el
plus de fe que los apóstoles piden, sin saberlo: << El señor les dijo:
"Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: "Arráncate de raíz y plántate en
el mar". Y os obedecería >>.
El buen creyente, se sabe de corazón un
esclavo, un servidor, un hijo indefenso: Dice el Evangelio de Lucas <<
Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos,
hemos hecho lo que teníamos que hacer> >.
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