La vida es un don. Nadie la ha pedido, ni ha hecho algo para obtenerla o para
merecerla. Nos ha sido dada gratuitamente sin ninguna condición. El que es la
Vida nos la ha confiado como sostén de otros dones que iremos recibiendo
-también gratuitos- progresivamente. La vida, pues, es un don absoluto; es como
la matriz de todo lo que tenemos que llegar a ser. El Dador de nuestra vida es
también quien la mantiene, la protege y la defensa: << Naamán de Siria
bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado Eliseo>>, el hombre de
Dios. Él, que era leproso, quedó curado de golpe: << Su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño>>.
Dios había actuado restituyendo su salud.
Leemos en
el Evangelio de Lucas: <<Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se parapetaron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten
compasión de nosotros>>. Allí, otra vez, Dios, por la palabra de Jesús,
como antes lo había hecho por la palabra del profeta Eliseo, se manifestó como
Fuente y sanador de la vida.
El leproso
Naamán reconoció a continuación al Dios de Israel como el único autor de su
salud recobrada. Dijo a Eliseo. << Ahora reconozco que no hay dios en
toda la tierra más que el de Israel>>. Y lo agradeció con un cambio de
vida radical: << En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera
del Señor >>. Por su parte uno de los diez leprosos << Se volvió
atrás alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de
Jesús, dándole gracias>>. ¿Somos
así de agradecidos y adoradores de Dios en cuanto a nuestra vida y la
conservación de nuestra salud?
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