Los bienes de la tierra, las riquezas, en sí mismas, no
tienen calificación moral. El rico, por el hecho de serlo, no es ni bueno ni
malo. Lo que hace que haya ricos buenos y ricos malos, es por razón del
maridaje entre él y sus bienes. Escuchamos al profeta Amós: << Escuchad esto, los que exprimís al pobre: Disminuis la
medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al
pobre, al mísero por un par de sandalias. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones>>.
Poseer
bienes mal adquiridos por robo, por estafa, por explotación del pobre, por cualquier
medio inmoral, hace malo al sujeto debido a la injusticia, y del ultraje a sus
semejantes: <<Con un par de sandalias compraremos un pobre>>,
piensan; y podrían añadir: "Con una pequeña estafa a cada uno de miles de
subordinados multiplicaremos nuestra riqueza". Hay también la
administración posterior de la riqueza. Amontonar, guardar, competir por ser el
más rico, gastar todo para sí mismo, con intención egoísta y hedonista, sin
ninguna proyección social humanitaria, conforma la estampa del rico malo.
Escuchemos otra vez el profeta Amós: << El señor lo jura por la gloria de
Jacob: "Nunca olvidaré todo esto que hacen". O lo dicho por Jesús:
<< Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno
y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo>>.
Existe también el rico
bueno. Es aquel que sabe que los bienes de la tierra son para el sostenimiento
de todos los hombres, de tal manera, que no falte a nadie lo necesario para una
vida humana digna. El rico bueno hace rendir intereses a sus bienes a favor de
la comunidad: en forma de creación de trabajo, de formación profesional y por
muchos otros ingenios. El rico bueno colabora
espléndidamente en necesidades puntuales y en favor de organizaciones
humanitarias. El rico bueno cultiva su vida interior apostando por valores
eternos. <<El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de
fiar>>.
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