A veces hablamos de la inmensidad del universo (miles de
millones de años luz de distancia entre puntos distintos). Pero, mirad qué
leemos en el libro de la Sabiduría: << Señor, el mundo entero es ante ti como
un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la
tierra>>. Dios es inmenso en todos los sentidos, es decir, en todas las
dimensiones posibles. Razón por la que podemos leer en el mismo libro de la
Sabiduría: <<Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierra
los ojos de los hombres, para que se arrepientan>>.
La piedad
de Dios es pareja a su inmensidad: <<Amas a todos los seres y no odias
nada de lo que has hecho; si hubieras adiado alguna cosa, no la habrías creado>>.
Su piedad para con los hombres es de siempre, empezando por los primeros padres
y siguiendo con el pueblo de Israel, durante toda su historia. Como reconoce el
libro de la Sabiduría: <<Corriges poco a poco los que caen, les recuerdas
su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti>>.
La fuente
de la piedad de Dios con los hombres es su amor, igualmente inmenso. Cuando
Dios se hizo presente entre nosotros por la persona de Jesús, puso de
manifiesto inequívocamente su amor, que se manifestó en piedad universal con
todos aquellos que se acercaron para obtener el perdón: << Un hombre
llamado Zaqueo (…) corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque
tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar al sitio, levantó los ojos y dijo:
"Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa". El
bajó enseguida y lo recibió muy contento >>. Vemos claro quién tenía más
necesidad de ese encuentro, pero no sabemos quién tenía más deseo. << Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al
Señor: "Mira, la mitad de mis
bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado,
le restituiré cuatro veces más". Jesús dijo: "Hoy ha sido la salvación
de esta casa >>. Providencialmente,
se encontraron el arrepentimiento del pecador, la piedad y el amor de Dios y su
perdón.
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