Simbólicamente, la montaña del Señor es el lugar de
encuentro de los hijos con el Padre, de la humanidad con Dios. ¿Quién puede
subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? Entonces, no
todo el mundo será digno de subir al monte del Señor, de acceder al encuentro
de la gloria. Muchos, sin embargo, ya han llegado: << Una muchedumbre
inmensa que nadie podría contar >>. ¿Quiénes son aquellos
bienaventurados? << El hombre de
manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos>>.
El corazón
sincero es aquel que no tiene intenciones torcidas, aquel que se envuelve en la
verdad, y que, por encima de cualquier interés personal, hace que prevalezca
siempre el honor y la gloria de Dios, el triunfo de la verdad, de la justicia y
del bien, así como el beneficio a favor de los hermanos. El corazón sincero es
un mundo interior equilibrado que ejerce vigilancia amorosa sobre la
imaginación, los sentidos y los sentimientos, para que todo se dirija a la meta
final.
Así como,
el “de corazón sincero” se refiere al mundo interior de la persona
(pensamientos, intenciones, deseos), “de manos inocentes”, significan las obras
que nacen de aquel corazón sincero: el desprendimiento, por la pobreza de
espíritu; la humildad, por la valoración auténtica de sí mismo; el esfuerzo sin
tregua, para ser justo; la compasión hacia todo error y todo sufrimiento; la
diligencia en mantener el corazón libre
de toda afección desordenada; por la opción activa en favor de la paz. Mención
especial merece la disposición amorosa a sufrir persecución por causa de
Jesús: << Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos>>. Es este nuestro camino
para llegar a formar parte de aquella multitud incontable de la visión de San
Juan.
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